jueves, 9 de junio de 2011

"Vivir juntos, morir solos"

Notó que debían de estar llamándolo. Se quitó el auricular izquierdo y miró al revisor.
-Disculpa, el billete, por favor- dijo este.
-Claro, perdone- y le mostró el billete. Se lo devolvió. Ya podía prestar atención a la música, o más bien descentrarse a través de ella.
Sonaba "Lost Then Found". Era bastante adecuada para el momento. Sobre todo por el título, aunque no del todo. Esperaba encontrarse más bien pronto que tarde. Lo deseaba con más fuerzas en días como aquel, en semanas como aquella.
Era jueves, principios de junio. Había tenido un examen de nueve y media de la mañana, con una pausa, hasta la una. Apenas le había dado tiempo para volver a casa, hacer la maleta, comprar un bocadillo y estar en el tren a las tres menos diez. No había hecho la maleta el día anterior por estudiar. Ahora tenía la "cabecita loca" y necesitaba relajarse.
Sabía lo que haría al llegar a casa, después de dos horas de viaje: merienda rápida e ir a hablar con una antigua profesora y criticar a la profesora que le había hecho un examen esa mañana; o más bien criticar el sistema educativo. Se sentía avergonzado. Se preguntaba si era asco, pero, en frío, se decía que "sólo" lo rozaba. La batalla que libraba moralmente con el sistema era como luchar "fuego contra fuego". La comparación no era buena, porque una de las dos acabaría perdiendo; no ganaba nadie, sólo se perdía. Le frustraba saber que no podía hacer nada para cambiarlo, para hacer mejorar todo el politiqueo que había allí, tanto dentro como fuera. Eran como mafias buscando sus propios intereses. Pero no era cuestión de "criticar por criticar". Como la gran mayoría, sabía que se entregaría, con los brazos abiertos, o, más bien, con las piernas abiertas, cuan largo era, cual prostituta se postra ante su cliente. Tenía "excusas para soñar", pero creía que todos acababan entregándose al sistema; que eran todos muy individualistas y no había conciencia colectiva ni ganas de llegar a mínimos acuerdos. Más de una vez se preguntó si era cuestión de "lucha de gigantes", o que todo el mundo podía poner su grano de arena para variar. Su corazón le decía que era pronto para todo, tarde para cambiar. Al menos, a corto plazo.

Quería, como todo el mundo, "ser libre como el viento". Aunque fuera una vez. Sólo una. Aunque reconocía verlo imposible. Una vez llega para que a alguien le encanta algo, y la gente, cuando se trata de placer, no se conforma con poco. Sí, los límites; se repetía una y otra vez. Autoimponerse los límites uno mismo suele ser sencillo, al menos en aquellos tiempos, que lo tenían todo a un palmo, a un par de dedos de distancia, de(l) placer.
Todo eso no le daba tanto miedo, no le preocupaba tanto como el miedo en sí, el estar solo, que nadie le oyera. Porque de toda esta colectividad anticolectiva, individualista, lo que más temía era que fuera su voz la que se ahogara en gritos de desesperanza. Porque de vez en cuando sonaba la flauta. De vez en cuando. Pero temía que no fuera a tiempo, que nunca estuviera en Hamelin cuando pasara el flautista, para seguirlo cual rata callejera. Tenía miedo del "vivir juntos, morir solos".

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