domingo, 17 de julio de 2011

Donde pertenecemos

Se estaba atando los cordones del zapato ("ardua tarea", siempre se repetía, "atarse los zapatos") cuando salió su esposa del baño, recién duchada, poniéndose la toalla en la cabeza mientras lucía su cuerpo desnudo, ya seco, preguntándole por el regalo que le había comprado a la niña. Hoy era su cumpleaños.
-Un libro- dijo resignado. Se lo había dicho ya decenas de veces.
-Ya, pero ¿por qué?- seguía sin entenderlo.- Ya desde hace años que la industria del libro físico no da beneficios. Solamente quedáis los frikis, pequeñas ratitas de biblioteca, que seguís diciendo que aún existe amor por los libros, que se puede aprender. Y ya ves, nunca habíamos prosperado tanto económicamente como en estos últimos quince años. ¡Pero si ni siquiera se compran libros ya! No sé por qué sigue habiendo escritores, si no pueden tener beneficios.
Daba igual las veces que razonara, que le explicara su porqué, nunca se acercaba a entenderlo.
-Cariño, no importa que no se gane dinero, ya te lo dije varias veces. Hay gente, más de la que crees, que tiene amor por lo que no es lo material, lo superficial. Existen esas vidas paralelas, esos rincones...
-¡Para eso ya tienen las consolitas! ¿No ves las historias, la diversión, incluso la socialización que provoca?
-Créeme que lo hago, pero no lo es todo. Hay formas y formas de contar las cosas, de llevarte a otros lugares que no sean métodos puramente visuales. Yo también jugué de joven a esos juegos, los disfruté. Incluso los amé. Pero me enamoré por primera vez de un libro. Y enamorarse de un libro es una actividad fantástica. A mí me cambiaron la vida. Sí, suene como suene; a mí, me ocurrió. Y me encanta. Si consigo que la niña sea tan feliz como lo he sido yo hasta ahora, toco madera. Porque espero seguir leyendo mucho, y durante mucho tiempo.

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