lunes, 31 de octubre de 2011

Equilibrio inestable imposibilitado por un par de gestos histriónicos

El tazón en el que había cenado los cereales, a la izquierda; el portátil, en el centro de la mesa; a la derecha se encontraba un bolígrafo con un montón de papeles desordenados. Les echó una ojeada a todos y a cada uno. Eran apuntes de clase con más dibujos y notas graciosas que apuntes. Le ayudaban más a estudiar esas pequeñas cosas que los apuntes en sí, porque recordaba el motivo por el que había hecho cada dibujo, cada chiste. Los volvió a posar otra vez en su lado reservado de la mesa. Echó la silla hacia atrás, apoyando las rodillas en el borde de la mesa para mantenerse en esa posición mientras se rascaba los ojos y estiraba los brazos con un correspondiente arqueamiento de espalda. Hacía días que no dormía en condiciones. Volvió a sentarse correctamente, "como debe sentarse una persona formal". Después de la última revisión de lo que había hecho en el ordenador, lo apagó. Le gustaba también escribir a mano. Como buena costumbre que tenía, escribía por ocio todas las noches. Servía como katharsis, o eso se decía. Era un poco de liberación, esas cosas que a veces no se permitía decir en alto, esas ideas que se le ocurrían que le gustaría vivir o ver en la realidad. No eran más que símbolos perdidos buscándose los unos a los otros para sentir que su vida tenía algún tipo de sentido. Pero después de muñecas y dedos cansados de tanto escribir, mejillas erosionadas por su lluvia, se volvía a levantar, como cada mañana, recordando y recordándose que todas las preguntas que se hacía no tenían sentido. Sí lo tenían por el hecho de preguntárselo, pero no por el momento. Era muy pronto para todas esas dudas, esos razonamientos y deseos que no se correspondían con su edad. Decidió marcharse y aguantar. Nadie dijo que fuera a ser fácil. Nadie dijo que las decisiones duras eran las mejores, porque no suelen ser. Salvo en este caso.

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