miércoles, 16 de noviembre de 2011

La intranquilidad de la paz del hogar (I)


El reloj del móvil marcaba las 2.36 de la mañana. “Ya nadie tiene relojes de muñeca”, pensó, haciéndose imagen de los únicos relojes propiamente dichos: los de los edificios públicos, metro, y lugares similares. Se levantó sin hacer ni un ruido para no despertarla. Por suerte, a ella le gustaba dormir siempre pegada a la pared. “Me hace sentir más segura”, solía decir.
Encontró la cocina al final del pasillo, donde siempre. Había veces que pensaba que una mañana las habitaciones iban a cambiar de orden, de lugar. Se rascó los genitales con una mano mientras la otra abría la nevera. Después, con la mano “del poder”, se rascó el pecho. A esas horas no cabía la posibilidad de que se despertaran las niñas y lo vieran en calzoncillos. Cogió el jamón york para hacerse un sándwich, por eso de que Agar siempre le decía que no siempre comieta queso. Recuperando con el hilo de pensamientos, recordó el comentario sobre el salir de la habitación. “Habrá un momento en que las niñas ya no serán niñas y se despierten en mitad de la noche a pinchar algo, como tú. Y cabe la posibilidad de que te encuentren aquí”, le había dicho Agar aún esa misma mañana. Y es que las dos habían heredado el hábito de comer de vez en cuando. Más Alba. Era la pequeña de las dos, ero también la mas pilla. Sara era más guapa, y no era nada tonta, pero Alba tenía “esa sonrisa”, “esos ojos”. Seguía pensando en ellas cuando salió el pan de la tostadora. Se puso el bocadillo y al darse la vuelta vio a Agar en la puerta.
“No deberías tostar pan a estas horas”, y acompañó el comentario con un bostezo, “le entra el hambre a cualquiera.” Sonrió, con una de esas sonrisas suyas de recién levantada. Se acercó a él, y él le acercó el sándwich. Apartándole la mano, dijo “No, no me refería a ese hambre”. Él soltó una carcajada, por lo que Agar se sonrojó.
“Lo siento”, se disculpó pensando en las niñas. “No me esperaba que me dijeras algo así. Más viendo tu apetito últimamente, tan escaso.”
“Ya, pero es que me gustó tu culito mientras preparabas el sándwich”, decía mientras su mano acompañaba a sus intenciones.
“Agar, que estoy todavía con el sándwich, déjame acabarlo”, dijo tras toser. Viendo que no paraba, lo dejó a un lado, diciendo, “Bueno, si insistes.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario