jueves, 17 de noviembre de 2011

La intranquilidad de la paz del hogar (II)


[8 a.m., cocina]
“Mamá, creo que ayer atracaron a una chica por la noche. Le hacían daño. Gritaba”, dijo Sara, provocando que Agar se sonrojara.
“Sí, yo también lo oí, Sara”, dijo Alberto. “Tranquila, todo pasó. Las autoridades llegaron a solucionar el problema. Pero dime, Sara”, dijo tras una pausa por la tos de Agar, “¿qué hacía una nia de 10 años despierta a esas horas?” Entre “eeehhh”, “aaaahhh”, “esto…”, se sonrojó y se calló. Alberto, con otra carcajada parecida a la de la noche anterior, se dirigió a Alba y le preguntó si ella sabía algo.
“¡NO LE DIGAS NADA!”, gritó Sara cuando vio que Alba empezaba a abrir la boca.
“Entonces hay algo… Ya me lo dirás. Sabes que puedo enterarme igualmente, pequeña.” Le sonrió y le acarició la mejilla izquierda. “Anda, acabaos los cereales. Hoy os llevo yo a clase.”
“¿Y eso? ¿Por qué mamá no?, preguntó Sara.
“Mamá está muy cansada, ¿no lo ves?”, respondió Sara, dijo Alba. Le dio un beso a su madre.
“Sí, cariño. No sé si estoy cogiendo un resfriado.” Entonces fue a Alberto el que le dio un beso a Sara en la frente, seguido de un “Muy bien, chica lista, pero vete a lavarte los dientes, ¿vale?”
Se marcharon ambas resignadas, momento que aprovechó para decirle a Agar acompañando el comentario con un beso, “Buena mentirijilla, por eso le diste un beso.” Sonrieron.

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